martes, 6 de febrero de 2018

Mi mujer

Mi mujer
y su sonrisa de amaneceres
con gaviotas.
Dulce y cálida como el olor de las confiterías,
con ese toque sutilmente triste
de las tardes de los miércoles lluviosas.
Esa belleza intensa y salvaje
de la selva ignota.
Humana como el abrazo de los niños
y, a la vez,
celestial como una catedral gótica,
mi esposa.

Almazara

Sin futuro
exprimen cada día,
gota a gota,
cada oliva
sin importarles que mueran aplastadas,
deshechas, destrozadas,
para entregar su sangre
(su oro)
oleosa y esquiva.
Docenas y centenas,
olivos enteros
para la muela
para el ansia de ensaladas
encurtidas.
¿Qué importa que los huesos se astillen,
que la piel se desgarre en pulpa,
que suden tinta amarilla
los periódicos dorados
babeando rastreras alabanzas
interminables?...
"Es el mercado, amigos".
Y todo para pillar moreno
sobre la cubierta de un yate
en la edad de los asilos.

sábado, 13 de mayo de 2017

Finales de abril



La lluvia cae inclinada
y todos los amaneceres son grises
desde que te fuiste.
Busco en mi piel
el recuerdo de tus caricias
pero el tiempo lo desdibuja
como las gotas en los cristales.
En tu ausencia
la primavera se hace otoño
y los colores se esconden,
marchitos y ahogados en soledades
opacas.
El gato y yo
te buscamos en las sombras
y los silencios,
en las huellas de tu calor
sobre la cama,
en la ausencia de tu aroma
entre las volutas y jirones
del tabaco.
Y mi amor te llama
en la distancia

alargada.

lunes, 6 de febrero de 2017

Sísifo

Agotado, derrumbado
por el castigo que no cesa
y que atormenta, repetitivo,
con agitación de serpientes
que crecen con el alba
y se alimentan,
gozosas y ufanas,
de mi espacio, de mi aliento,
en bailes de viento y brisas,
tempestades.
Sierpes que me ahogan
en abrazos asfixiantes
de roca y aire,
perezosas.
Y cuando al final se duermen,
exhaustas, malheridas,
sin pausa y sin descanso,
renacen recrecidas
en el silencio de la calma
lacerante
y
agotado, derrumbado
por el castigo que no cesa...

miércoles, 1 de febrero de 2017

Norte

De los bosques grandes y sombríos,
de las marañas negras
y de rayos de la luz,
que como gigantescos dedos mágicos,
revuelven los troncos y las ramas,
los helechos obscuros,
los huecos recónditos,
las madrigueras abandonadas.

De los verdes interminables,
a veces lorquianos,
rotos al azar por jirones
de nubes perezosas,
donde cazan los lobos
y corren los jabatos
huyendo del mañana.

De las piedras ovoides,
calientes bajo el sol
y frías en la orilla,
del rumor enorme,
del agua incontenible
presagio de la montaña,
y del barro
que crea y que destruye.

De los hórreos que huelen a maíz
a castañas,
fabas y frixuelos,
con rosarios de avellanas,
y gruñidos quedos
en la pocilga húmeda.
Palomas y asturcones.

Del luto perpetuo
por la mina negra y el carbón,
el vino denso.
Y en la cocina, 
el fogón de leña y el tocino,
tazones de leche
grandes como piscinas,
con ecos de gaitas
y el pollo con sidra.


De los prados infinitos
jamás horizontales,
donde las vacas maternales
escuchan pacientes el paso del tiempo
con rumores perdidos de cencerros,
de los caminos angostos
y ofidios
y el aroma del heno.
La fragancia del tabaco de pipa.

De las barcas azules y pequeñas
y las gaviotas insistentes y gamberras,
del olor a lonja y a pescado
y se agitan pulpos blandos,
maromas y salitre en los labios.
Redes amontonadas entre boyas blancas.

Y por fin,
del mar y de las rocas,
- azul profundo -
adulto y poderoso,
hijo rebelde del océano
y la espuma embravecida.


Soy.

jueves, 12 de enero de 2017

Bigotes blancos

07/01/2017
Quieto,
indiferente al paso del tiempo,
me miras con tus ojos
de misterio verde,
como una estatua elegante,
viva,
que se relame,
de vez en cuando.
Ahí estás,
atento a la caza
de los marca-páginas de hilo,
serpientes textiles,
presas indolentes entre libros.
Estás interrogando a las volutas de humo,
con tu cola curvada y negra,
todo pelo.
Mirando embelesado
un Antonio López
como un experto felino
en hiperrealismo,
y bostezas aburrido.
De repente,
con sorpresa gatuna,
te yergues escuchando
sonidos escondidos,
vigilante del espacio
y sus secretos.


Mi gato.

domingo, 4 de diciembre de 2016

Ahí, a tu lado.

Cuando abres los ojos despacio
para que los primeros rayos
acaricien tus pupilas,
con los dulces destellos de los días,
estoy ahí…
a tu lado.

Mientras los hilos tibios de plata
resbalan por tu cuerpo glorioso,
de madre de la tierra,
y tu cabello - tan negro -
sucumbe al canto alborozado de las arpas,
estoy ahí…
a tu lado.

Al recorrer las calles aún desiertas,
innotas aceras sinuosas,
para comprar el pan caliente,
la leche - tan blanca -,
la carne y los huevos,
cruzándote con la risas contentas
de los niños en los parques,
estoy ahí,
a tu lado.

Cortando los tomates 
-tan rojos -
con  precisión de cirujano,
los plátanos,
los totopos…
aunando el aguacate,
la lima y el cilantro,
sintiendo el aroma de la enchilada
o de los tacos,
y comes despacio, mirando…
sin ver, como borroso,
estoy ahí,
a tu lado.

Arropándote las nalgas,
el cálido sofá de las tardes,
somnolientas,
el culebrón que sigue tu mamá,
te cierra los ojos suspirando,
como buscando las estrellas,
con los suaves alientos,
que bostezan…
estoy ahí, 
a tu lado.

En el final de la tarde calurosa,
cuando se arrullan las garzas,
y las sombras grises se desdibujan
desvaídas,
recorres el puente al infinito,
sobre brisas y mareas,
y estoy ahí,
a tu lado.

Al final de la noche,
cuando te derrumbas abatida,
derramada en oníricas olas
y fragancias,
jugando con querubines
que gotean sonrisas
de alas infantiles,
contando, ya por fin,
ovejas tiernas…
estoy ahí, 
a tu lado.

Cuando con un guiño de colores
veo, apenas, el paso, perezoso,
de los minutos lentos,
y mi gato recorre - muy despierto -
mi barriga…
estás aquí,
a mi lado.

Con el café caliente y el primer cigarro,
entre las noticias madrugadoras,
y los ecos venecianos,
en las primeras vaharadas,
bajo los chorros hirvientes…
estás aquí,
a mi lado.

Al insinuar palabras dulces,
en trazos entintados,
o volar dubitativo
sobre las letras del teclado…
estás aquí,
a mi lado.

Jugando a ser un chef
de cuchillos afilados,
Simone me susurra
espléndidos guisos
de difícil digestión,
miro las fotos de tus platos…
y estás aquí,
a mi lado.



En los sopores de la siesta,
que me noquean
todo son tormentas,
agitadas y asfixiantes,
y al fin,
cuando cierro los ojos,
apenas,
un instante…
estás aquí,
a mi lado.

Corriendo tras el gato,
revoltoso y gamberro,
que me mira descarado,
en una agitar loco
de blancos y negros,
estás aquí…
a mi lado.

Perdido en mil tramas,
en argumentos inusitados,
leyendo poesía,
en la música,
haciendo fotos
o intentando imaginarte
con pinceles,
estás aquí,
a mi lado.

Al dormirme esperanzado,
contando los segundos,
agotado,
estás aquí,
siempre,
a mi lado.